13 de septiembre de 2013

Me llamo Pota

Hace un tiempo, mucho tiempo, conocí a un tipo al que sus amigos llamaban Pota; un nombre curioso, siempre me pregunté cómo le llamarían quienes no fueran amigos.
Pota era un tipo grandón, de gesto hosco (qué bonito adjetivo para calificar un rictus desagradable), y modales huraños, el típico adolescente a tiempo completo, que no limita su cabreo permanente a las paredes de su casa, sino que lo hace extensible al resto del mundo.
Formaba parte de un grupo de punkis a los que frecuenté durante un tiempo; bueno, maticemos. En realidad se trataba de un grupo de niños-bien que escuchaban música punk y rompían las litronas contra el suelo cuando se las terminaban. No cambiemos la historia por completo. Hay que dejar que la cabeza tergiverse los recuerdos pero con cierto control.
Cuando me lo presentaron, Sobaco, Pota, Pota, Sobaco, encantado, un placer, se me ocurrió preguntarle cuál era su nombre. La curiosidad por saber el origen de semejante apodo me consumía. Volvamos a matizar. Digamos que sentía cierta curiosidad, lógica, por otro lado, pero nada descontrolado como para decir que estaba consumido por ella. Exageremos cuando contamos una historia, siempre, es fundamental para que la historia tenga sentido, pero con mesura, que si no se nos va la credibilidad por la ventana.
No recuerdo el nombre del tipo, seguramente algo común, Javier o Alberto, nada que llamara la atención o que fuera el origen de su apodo. ¿Y el apellido? Tal vez por ahí lográramos salir de dudas. Un apellido vasco impronunciable o, mejor aún, de origen ruso, de los que cuando los ves escritos te dan ganas de decir "compro vocal" para poderlos leer. Pues no, nada que rascar por ahí; García o Martínez, infantería pura y dura, carne de cañón para la pila de currículum descartados.
¿Entonces? Seguro que detrás del mote hay una historia graciosa, como la de aquella compañera de clase de mi cuñado a la que apodaron Raba Deslizante, después de que la muchacha vomitara durante una noche de copas, pisara el pastel y después, perdiera el equilibrio y aterrizara con toda su humanidad en el centro de su obra. Uno de esos motes que te acompañan para siempre y que, en los pueblos, se convierte en una herencia; ¿y tú de quién eres? De la Paqui. ¿De los Rabadeslizantes? Sí, de esos.
Pues tampoco: el caso de Pota se complicaba. ¿Y si el sobrenombre se lo puso algún hermano menor de pequeño, cuando los niños tienen la lengua de trapo y pronuncian lo que pueden y como pueden? Hijo único.
¿No hay nada en el mundo que pueda explicar el origen de tu nombre, Pota, querido amigo? ¿Me vas a decir que lo único llamativo en tu personalidad no tiene una historia detrás que merezca la pena escuchar? ¿Eres sólo un adolescente más, un niñato con aires de rebelde cabreado con el mundo?
Así era Pota, un tipo hosco y huraño, con un nombre de origen ignoto y personalidad similar a la de una babosa. Y sin embargo, tantos años después, más de veinte ya, aún me acuerdo de él y me pregunto cuál sería el origen de su apodo. Y como no doy con una respuesta, sigo sin ser capaz de inventar una historia sugerente que lo explique.

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